Por Laura Mascaró
Es difícil generalizar porque cada familia tiene sus propios motivos para no escolarizar y no todas ellas están necesariamente en contra de la escuela.
La vida no es más que una continua sucesión de elecciones. Y, con cada elección, estás dejando pasar miles de otras opciones. Es decir, que en un momento determinado decidas que la escuela no es la mejor opción para tus hijos, no significa necesariamente que consideres que la escuela puede ser perjudicial para ellos. Quizás la elegirás en otro momento. O quizás no.
Ahora bien, es innegable que el sistema educativo no está cumpliendo su función de educar. Sólo hace falta ver los datos sobre el fracaso escolar en nuestro país y ver la falta de valores (y de modales) de nuestros jóvenes. Que la escuela no educa es un hecho.
Por supuesto, la educación que pretende ofrecer el sistema educativo es sólo intelectual, académica, y obvia por completo la educación a nivel emocional, espiritual, social e incluso físico. Éste es uno de los motivos por los que algunas familias no contemplan a la escuela como una opción válida para sus hijos.
Los niños escolarizados se despiertan a golpe de despertador. Son obligados a pasar cinco, seis o más horas al día en compañía de otros 25 niños de su misma edad, segregados en función de un criterio tan arbitrario como es el año de su nacimiento.
Son obligados a estudiar materias que quizás no son de su interés y que, desde luego, no les son de utilidad. Y son obligados a cambiar de materia a golpe de timbre. Lo que el timbre enseña es que no hay nada en la escuela que merezca la atención de ser terminado.
Luego están los EXÁMENES. Los exámenes sirven para poner en evidencia lo que el niño no sabe. No importa que, a los cinco minutos, ya haya olvidado toda la materia teóricamente aprendida. Sólo importa dar con la respuesta correcta para conseguir una puntuación suficiente para no tener que volver a dedicar ni un minuto a ese tema. Y lo hacen bien, ésa es la verdad. Los estudiantes se convierten en estrategas, como diría John C. Holt: aprenden las estrategias necesarias para que el profesor les deje en paz. Lo demás, no importa.
Y hay asuntos aún más graves, como el hecho de que algunas guarderías y escuelas infantiles se nieguen a cambiar los pañales a sus alumnos. Un niño de, por ejemplo, dos años, que tiene el pañal sucio, tendrá que esperar a que su maestra se dé cuenta, a que avise a su madre y a que su madre pueda dejar lo que sea que está haciendo y pueda llegar hasta el centro. Ese niño puede estar, por tanto, más de media hora con sus necesidades encima. Eso es, cuando menos, anti higiénico, por no decir que es una absoluta falta de respeto hacia el niño.
También hay escuelas que se niegan a suministrar medicamentos a sus alumnos, incluso medicamentos prescritos para tratar enfermedades crónicas. Conozco el caso de una niña asmática que, cada vez que tenía una crisis estando en la escuela, debía esperar a que llegara su madre con el inhalador. Ese tiempo de espera podría haberle costado la vida.
Por cosas como éstas, cada vez más familias buscan alternativas. Algunos optan por escuelas libres. Otras, por el homeschooling.
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